José siempre había dicho que era mejor callar las cosas, a sus 30 años, realmente era un inexperto en la vida. Antes de descubrir los terrores que agobiaban su mente, era un tipo ordinario, fanático de coleccionar soldados de plomo, su vida se había ido en un abrir y cerrar de ojos. Un buen día, José sacó a pasear a su perro, y al avanzar unas cuantas cuadras de su casa, se dio cuenta que no había razón para vivir en un mundo tan sobajado y destructivo, realmente no entendía para que disfrutar de la vida si te vas a morir tarde o temprano, y no te llevaras nada a tu agujero. Su momento filosófico se acrecentó cuando vio que su perro cagaba en el césped de un viejo parque con dos fuentes pequeñas. Esto influenció a José para tomar la decisión de quitarse la vida dos días después, aventándose a las vías del tren que pasaba por las afueras de la ciudad. Un niño que volaba un papalote encontró los cachos regados irónicamente en una gran explanada. Uno de sus soldados de plomo yacía en su bolsa del pantalón.
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